Acaba la historia: el cohete chino se estrella en el Índico
Tras varios días de gran incertidumbre, el cohete chino que viajaba a la deriva por el espacio ha conseguido cruzar la atmósfera. Sus restos han caído en Océano Índico, sin provocar víctimas.
La situación en la que nos hemos encontrado estas últimas jornadas parece sacada de una película de ciencia ficción, aunque la realidad corresponde más a una imprudencia, sin embargo nada habitual en el siglo en el que estamos. Que una agencia espacial lance un satélite y desconozca dónde caerá, confiando en que se desintegre, parece algo de épocas pasadas. Se puede decir que se está utilizando toda la Tierra como pista de aterrizaje.
En estas últimas 48 horas los noticiarios en todo el mundo daban informaciones acerca de la caída del cohete de 21 toneladas. La mayor preocupación radicaba en los daños que podría causar un impacto de tal masa en cualquier punto poblado del planeta. Un dolor de cabeza que se ha visto acrecentado por titulares desafortunados de algunos medios de comunicación sobre el verdadero punto de impacto.
No cabe dudas que lo que está ocurriendo estas últimas horas debería marcar un antes y un después en el control que los países ejercen sobre sus misiones espaciales. Es impensable que en pleno siglo XXI la humanidad esté pendiente de un cohete que puede caer en cualquier momento encima de nuestras cabeza. Además se da la casualidad de que el riesgo proviene del mismo país de donde surgió el virus del COVID-19, algo que no ayuda demasiado.
El paso a paso del satélite chino
El cohete Long March 5B fue el encargado de poner en órbita el pasado 29 de abril una de las partes principales de la nueva estación espacial de la Administración Espacial Nacional China (CNSA). Se trata del módulo Tianhe, que significa armonía de los cielos en español, y dará cabida en un futuro a tres astronautas junto a varios instrumentos. Tal y como sucedió con la Estación Espacial Internacional (ISS), la Gran estación espacial modular china (TSS) se tiene que ir montando módulo a módulo, empleando varios viajes desde la superficie del planeta con la ayuda de cohetes.
Una vez el cohete chino dejó el módulo cerca de su órbita, ya sin motores ni nada que pueda ayudarle a maniobrar, se convirtió en un objeto a la deriva, dando vueltas alrededor de la Tierra de forma descontrolada y en caída libre. En estas situaciones se confía en que el rozamiento que experimentará la gran masa de chatarra acabe desintegrándola en casi su totalidad y, en caso de quedar restos, seguramente sería en el mar donde caería -ya que cubre casi el 70% de la superficie del planeta. Aunque nos pueda parecer un método curioso, es empleado por otras agencias espaciales.
Todo cambió cuando se hizo público un mapa con la trayectoria futura del cohete antes de impactar contra el suelo. Tanto las redes sociales como los medios de comunicación han sido altavoces, algunos con más acierto que otros, sobre las posibilidades de que los restos pudiesen caer en un lugar poblado. Lo cierto es que desde el primer momento se sabía que el lugar exacto de caída era imprevisible, a pesar de conocer su órbita. No ayuda tampoco la clásica opacidad china en este tipo de situaciones. Lo único que se venía confirmando era la fecha y la hora de reentrada. Todo parecía indicar que sería la noche del sábado al domingo.
El último capítulo de la historia se ha escrito, tal y como se esperaba, la madrugada de este domingo. A la espera de la confirmación oficial, la reentrada a la atmósfera parece haberse producido aproximadamente en la vertical de la Península Arábiga y los restos habrían caído sobre el Océano Índico cerca de Maldivas sin ocasionar ningún tipo de daño a nada ni a nadie.
Por pocas posibilidades que tuviéramos, el riesgo de que nos cayese encima existía. Eso sí, tocará hacer una reflexión sobre la ética de este tipo de procedimientos de destrucción de cohetes. La NASA ya ha emitido un comunicado de queja al respecto.
Space X y la NASA, ejemplo de responsabilidad
Desde hace unos cuantos años el gurú de la tecnología Elon Musk está desarrollando con su empresa Space X un método de recuperación de cohetes. Tras más de un fracaso, cohetes como los Falcon 9 ya son capaces de poner en órbita satélites, como la red de Starlink, y aterrizar a los pocos minutos de pie en una plataforma. Sin duda, una forma económica de reutilizar estos cohetes, y de paso, mucho más responsable.
Los más nostálgicos recordarán qué hacía la NASA con los cohetes que ponían en órbita a sus famosos transbordadores espaciales como el Columbia, el Challenger, el Discovery, el Atlantis y el Endeavour. Estas naves iban acopladas a un gran tanque externo de color anaranjado junto a dos pequeños cohetes blancos. Primero los pequeños, y pocos segundos después el tanque, se separaban y caían en las inmediaciones de Cabo Cañaveral destruyéndose con el impacto con el mar. Pocas veces podían reutilizarse.
La estación espacial rusa MIR ya se fue a mucho tiempo. Fue el primer objeto que muchos de los aficionados a la astronomía seguíamos casi a diario en aquella época en la que apenas se veían unos pocos satélites durante las noche. Brillaba más o menos como lo hace actualmente la ISS. El 23 de marzo de 2001 cayó de forma controlada. Gran parte de las 130 toneladas se quemaron en la atmósfera y lo poco que quedó cayó en aguas del Pacífico.