El cambio climático no se acaba después del COVID-19
Mientras los gobiernos y los ciudadanos nos pusimos de acuerdo en pocos meses para remar en la misma dirección contra el COVID-19, en alrededor de 3 décadas no hemos podido tomar un rumbo claro hacia el combate del cambio climático.
Por todos es sabido que la pandemia mundial por COVID-19 está produciendo graves daños en los valores del comercio mundial, donde Chile además se ve fuertemente afectado por la gran cantidad de trabajadores que tiene en la economía informal. Según la Organización Internacional del Trabajo, los daños a esta economía podrán llegar a afectar hasta 1600 millones de trabajadores de forma severa a nivel mundial.
El sentido de urgencia frente al avance del COVID-19 se ha visto en todos los países afectados, y esto es debido la virulencia con que actúa y las graves consecuencias en la salud que ha traído, trae y traerá a miles de personas en todo el planeta. Y además, se suman los colapsos de los sistemas sanitarios que, en muchos casos, incrementan las graves consecuencias de contraer el virus por el hecho de no poder dar la atención médica necesaria a todos los enfermos que llegan a ellos.
Pero en contraposición con la urgencia por atajar la pandemia mundial tenemos la 'escasa urgencia' con la que los gobiernos mundiales están tratando otro problema global, el cambio climático. El cambio climático no afecta con la rapidez que lo hace el COVID-19, pero eso no lo hace menos peligroso.
La falsa sensación de mejoría
Uno de los efectos de la pandemia, la cuarentena, se ha visto en origen como un descanso y respiro para los ecosistemas al disminuir la emisión de gases contaminantes por el cese de las actividades de muchas de las industrias y la disminución de los transportes que usan combustibles fósiles. Pero esto no es más que un guiño en nuestra lucha por mitigar los efectos de cambio climático. La humanidad eventualmente desarrollará inmunidad al virus y se elaborarán vacunas que nos ayuden a combatirlo. Y cuando esto ocurra volveremos a nuestra vida cotidiana, con ansias de hacer todo lo que no hemos podido durante la cuarentena, y con el sentido de urgencia en el combate al cambio climático totalmente perdido.
El Acuerdo de París estableció medidas para la reducción de las emisiones de gases invernadero a los países firmantes, así como otras acciones en pro de la mitigación, adaptación y resiliencia de los ecosistemas. Pero después de décadas de conversaciones, acuerdos y compromisos aún no se avanza hacia un objetivo claro, donde incluso grandes potencias contaminantes como Estados Unidos han sido erráticos en sus políticas contra el cambio climático, perjudicando enormemente el futuro de los resultados esperados.
Vemos el cambio climático como algo difícil de imaginar, porque avanza lento y 'a mí no me va a tocar', pero los efectos ya son notorios, sobre todo en las comunidades más vulnerables y con menos recursos. Los eventos climáticos extremos son cada vez son más frecuentes y destructivos, y están provocando daños irreversibles en los ecosistemas más vulnerables.
Si podemos sacar una lección de la lucha personal que estamos llevando contra el COVID-19, es la de repensar lo que realmente importa en nuestras vidas, y si hemos podido hacer sacrificios para cuidar a los que nos rodean, debemos poder ser capaces de cambiar nuestros hábitos para cuidar al planeta y que éste no se convierta en la “pandemia” de las generaciones futuras.